viernes, 13 de noviembre de 2009

Trayectoria del destino

Esta vez no erraré el tiro, pensaba Julián mientras se concentraba en derribar el último bolo. Era la gran final, todo dependía de él. El marcador en tablas. Tenía la oportunidad de demostrar que no era el fracasado que todos sus amigos y conocidos creían. Fijó el trayecto de la bola, buscó la posición adecuada y se dispuso a enfrentarse a su destino.
De repente exclamó: ¡la niña! Hacía tres horas que debía haber recogido a su hija en el colegio, esta semana le tocaba cuidarla según el juez.
La bola cayó de su mano esquivando perfectamente al bolo vencedor.

Tarde de domingo

El hombre lucía una inquietante sonrisa. Tenía la tarde libre. Había conseguido que la mujer y los niños se fueran al cine. Sintonizó El Carrusel, tomó posesión del mando a distancia y se abandonó a las ondas del sofá. Mucha cerveza muy fría, patatas muy saladas, su bocadillo preferido, de chorizo. El paraíso existía y él era el rey. El timbre de la puerta lo arrojó a la realidad. A través de la mirilla comprobó que era su suegra. Dudo entre ir a la cocina por un cuchillo o tirarse por la ventana, eligió lo segundo, San Miguel le ayudó.

Landay

No respires, no sufras, no llores por mí
Sólo ámame antes de que el sol dañe mis ojos.

Un acto de locura

Fue un acto de locura. Cuando Daniel se percató de lo sucedido intentó gritar pero nada salió de su boca. Fijó su mirada en el cuerpo tendido en el suelo pero no lo vio. Entonces sus ojos comenzaron a deambular por la habitación. Le parecía distinta. El silencio impuso su presencia y sólo su respiración rompía la quietud. Estaba lejos y sólo. Las cortinas ondeaban suavemente y el aire fresco de la noche le acariciaba el rostro. Daniel comprobó como los jazmines intentaban penetrar por la ventana abierta, la lucha desprendió un olor, cálido, especiado y frutal .El sofá de terciopelo verde guardaba todavía las señales de la pasión y las copas vacías y los platos llenos indicaban la urgencia del amor. Daniel comenzó a sudar y sus ojos se detuvieron en los labios de su amada, sin carmín. En su pelo pelirrojo, desordenado. En sus uñas con laca rosa. Todo estaba teñido de sangre. Daniel miró sus manos y comprobó que tenía un cuchillo ensangrentado en la derecha. Respiró hondo y en ese momento se acordó de aquella canción de Sabina que decía: “…..siempre tuvo la frente muy alta,
la lengua muy larga y la falda muy corta”.